La belleza interior de una buena obra es siempre mayor que la belleza formal.
Las modelos en la industria de la fotografía no necesariamente tienen que ser jóvenes y hermosas. Muchas muchachas jóvenes y hermosas, después de años de templarse, carecen de sabiduría y belleza espiritual. La imagen de un tío granjero cubierto de sudor y trabajando duro; la imagen de una madre remendando amorosamente la ropa para sus hijos; la imagen de una mujer de mediana edad entregando comida a niños hambrientos en África con amor y cuidado es muy hermosa y conmovedora. Incluso si estos personajes son feos, son mucho mejores que un rostro joven y hermoso con ojos vacíos, o incluso un rostro superficial y vulgar.
La belleza natural es solo suerte. Un rostro lleno de sabiduría y espiritualidad acumulada y pulida a lo largo de los años es la belleza real y duradera, como una jarra de buen vino. El paso del tiempo sólo lo hará más dulce y valioso. La verdadera belleza resistirá la prueba del tiempo, y la verdadera belleza nunca teme los estragos del tiempo. Porque el paso del tiempo no sólo disminuirá la belleza de algunas personas, sino que también les añadirá color y les dará más connotación y alma.
En definitiva, la belleza interior de una obra bella es siempre mayor que la belleza formal. La belleza formal puede ser natural o artificial, pero lo que da alma a una obra es siempre su fuerte vitalidad interior y su atractivo.